miércoles, 30 de diciembre de 2009

Enero se llenó de pizza y vino, de un idioma inventado, y que de un día para otro fue mío.
Con sus turnos de internet. El olor a gas en casa. Julio cocinando. Días nublados. Noches frías. Risas. Olor a suavizante en casa de las niñas. Y aquel sitio donde salir a bailar y de donde te echaban los porteros. Sara en casa diciéndome que las cosas empezaban a funcionar. Era verdad. Lluvia y risas de acá para allá. Ver friends en su casa, y comer canelones congelados. Y febrero y su nieve. Una cama que se rompió con el primer amaro. La destrozamos, nunca más existió. Y llorar como a los trece. Y reir como a los veintitrés. Días contados antes de volver. Aviones. Aterrizar. Y volver a volver. Mi primera fiesta de pijamas. Viajar en una furgoneta llena de chicos. Y ganar. Y entonces marzo. No aprendí nunca a jugar al poker. Pero seguí alli mirando. Fumando puros como un señor mayor que fuma puros. Y la bata de Hugo de marqués. Y el piso de josep, su patio y venga barbacoas. Y más barbacoas. Timbaladas en la plaza. El callejón de los erasmus. Y en abril tenía una madre, un padre, hermanos, tíos, primos y abuelos italianos, el carnicero de la esquina también me saludaba. Y compré una postal para enviarla a mi casa. Cogimos el bus que nos llevaba al urban. Y aquella noche azul del urban. Lidia liándose con marzio. Y tirarnos en el suelo de la plaza a las tantas. Ver allí amanecer, y llegar a casa de día
porque llegaba el buen tiempo, sería mayo. Andaba descalza por casa de sara. Y me daba cerveza. Me hacía mate y sabía que música me iba a gustar. Me daba licor café para ver la naranja mecánica. Y las noches para llenar botellas de 1,5 litro de calimocho. Por si acaso alguna cerveza en el bolso. Tabaco. Poco dinero. Y estar en las escaleras. Asi pasaban las noches. Entonces llegaba davide con la guitarra. O un hombre que se bajó de una moto para fumar canutos con josep. O el que estaba al otro lado y a lo mejor se había muerto, pero no. A veces quedaba con él, cuando no se encontraba mal. Tomábamos dos cervezas en un bar a las afueras.
Otras veces me quedaba en casa esperándole. Otras lloraba sin que él lo supiera. Otras vomitaba por no saber como podría olvidarlo. Y sin embargo. Llegó la noche exacta para bebernos una cerveza juntos en mi calle. Un autobús nos llevó a un pueblo donde gente de tres colores corría, y nosotros corríamos detrás de ellos. Y bailamos con la gente del pueblo, y los niños jugaron con nosotros. Otro día fue para hacer falafel. Y muchos de ellos para comer ensalada de arroz. Y café en casa antes de estudiar. Otra noche fue entera de risas en fotocopia. Volvimos a tener una furgoneta como casa, y entrar en el supermercado con el monedero debajo del brazo para comprar tomates, pan bimbo, vino y coca cola. Y playas cristalinas. Y gente inolvidable. Una noche para esquivar al caribeño. Otra para ligarme al calabrés y otra para darme cuenta que solo me quedaba allí un mes. Porque ya era junio. Apareció un pato. Aquel día casi todos andábamos un poco tristes. Pero no quedaba tiempo para estar tristes. Entonces volvimos a reír porque si.
Poco después fue para guardar secretos y soterces en la parte más al fondo y a la izquierda de la lengua. Otro día fue para despedirnos. Pero no quiero hablar de este día. En el tren de vuelta lloré, y en el aeropuerto, y en avión, al aterrizar, y durante casi todos los días de calor que me aplastaron. Y me aliviaba tragándome la cerveza los viernes y sábados. Tardes agostianas de calor y café con eva -y con hielo-. Un proyecto fin de carrera. Mañanas en la biblioteca. Noches a través de la ventana. Fue entonces cuando me di cuenta de que no me echaba de menos. Salí corriendo a algún sitio donde pudiera respirar muy hondo. Y momentos para mirar, para cocinar, para que sobre el tiempo y gastarlo en nada. Gastarlo en la terraza y ver como llega el otoño.
Volver a viajar. Encontrarme en alicante. Encontrarnos en casa. En san nicolás. En su sonrisa. En su cama. Encontrarme y perderme en él. Volver a girar. A gritar. A beber en Madrid. Y todo lo que conlleva Madrid. Una promesa. Mil besos. Mil noches en una mañana. Se adueñó de mi el eleguantismo y el chillflorismo. Guardamos instantes en una maleta. Preparar, montar y exponer. Necesitaba mancharme un poquito. Sonreir por algo bien hecho. Sonreir cansada.
Una semana entera de aquellas cosas que te hacen feliz en pleno diciembre. Hasta en diciembre.
Y mi pueblo pequeñito envuelto en un saco de frío y lluvia. Donde cojeo en lo de ser correcta.
Menos de 24 horas para un nuevo año. Yo por este chapó

3 comentarios:

sarita dijo...

piango...

davvero

:)

Torontola dijo...

Gracias por ser partícipe en muchos modos de este 2009 que dicen que se acaba.

Pero este 2009 acaba cuando a nosotros nos salga de las putas pelotas.

Lo dicho

Aqui assegut dijo...

El 2009 empezó y acabó, vosotros no.