miércoles, 30 de diciembre de 2009

Voy allí todas las tardes desde hace una semana, todas las tardes, aunque llueva, porque ellos están allí aunque llueva. La mejor parte del camino es la que está llena de hojas que crujen cuando se pisan, las preferidas de todos, supongo.
Son tardes en las que casi no hay nadie por la calle, pero las esquinas están llenas de inmigrantes que miran tristes, otros te guiñan un ojo, otros miran desafiantes, algunos se pelean, gritan, otros callan y miran abajo esperando poder trabajar.

Supongo que el patio de la residencia será mejor en verano, o en primavera, pero ahora parece que se va a borrar de tanta niebla.

En la entrada siempre está aquel señor con bastón que saluda sonriente.
Mi abuela al principio de estar allí se sentaba en el pasillo. Ahora se queda dentro de la sala con los demás, pero no habla con nadie, dice que todos están locos. Solo le gusta hablar con el enfermero, al que le pregunta todos los días si sabía que yo era su nieta, él me mira, sonríe, y seguimos paseando por el pasillo. Manuela a veces se viene detrás de nosotras, no le gusta andar sola, a veces se pierde dando vueltas sobre sí misma y nosotras la esperamos. El hombre del fondo me mira inmóvil, tiene cara de algún dibujo animado, pero aún no se cuál. No ríe, ni habla.

Ayer Luis estaba muy feliz. Luis va allí todas las mañanas y todas las tardes. Se sienta al lado de su mujer y le habla todo el tiempo, tiene su mano cogida para que ella sepa que él está a su lado, le besa la mejilla con la misma actitud que a los veinte y le pregunta sin esperar contestación. Pero sonríe cada vez que ella se acuerda de su nombre.

2 comentarios:

Aqui assegut dijo...

joder, que bonito..

sarita dijo...

pues sí. parece un cuento de carmen martín gaite.