sábado, 27 de diciembre de 2008

...

Si no recuerdo mal, creo que todo sucedió en cinco minutos y treinta y dos segundos. Ella se quemaba los dedos con el cigarro que le estaba sujetando mientras escuchaba algún que otro comentario sobre su sonrisa. Poco después, es posible que descubriera que detrás de aquella sonrisa, había un intento de creación general, en cada movimiento, y que en breves segundos, supiera a ciencia cierta que las muecas llegan a ser tan espontáneas como estudiadas, tan razonadas como vomitadas. Bastaron sólo unos treinta y dos segundos previos, para que se subieran a una ciudad y verla desde arriba, desde donde nunca nadie pudo verla, ni si quiera ellos. Y en sólo un minuto después, entender que pasar frío era lo mejor que le podía pasar en aquel momento. El momento en el que el silencio, se apoderaba de la situación para escuchar lo cómodo y dulce que era. Quizás, el hecho de que ella un día al pintarse la raya del ojo, y trazase una figura dentro de la pupila, no le dejó ver más allá, o sí, pero siempre con la misma forma, y guardaba constantemente una distancia de al menos tres centímetros, o dos, o uno, aunque siempre, en secreto, en esos secretos de colores apagados, olvidara los milímetros, para pensar eternamente en aquel punto azaroso – el lunar- que marcaba justo el lugar donde empieza el juego, para adentrarse, perderse y salir de repente como el genio de la lámpara cuando la frotas, para cumplir tres deseos que nunca llegaron a reclamarse. Es posible que ocurriera todo eso en un intervalo de escasos minutos, tan exiguos como los siguientes, minutos envidiosos de los anteriores, de su tictacteo alegre, perdiendo la fuerza, quizás en un escenario, dejaron de tictactear, para dejar de existir, porque hay segundos así como palabras, que en su ausencia, hacen que las sonrisas perdieran su sentido funcional. Los últimos quince segundos, sirvieron para finalizarlo, de ellos, cinco fueron para pensar cómo, y los diez restantes para grabar sobre hierro sonrisas, quemando los surcos por donde debía entrar la tinta, sonrisas entintadas, pero aún así verdaderas. Pero necesitaba un fin, y sin embargo, este final no es triste. Ella, sentada con su vestido rojo, sabía que este final no era triste, simplemente tenía que acabar. Temblaba.

martes, 23 de diciembre de 2008

Quedaban aún 3 horas para llegar a casa, y después de hablar como una loca e intentar hacer un resumen medianamente aceptable de tres meses de mi vida, se me iban cerrando los ojos, anochecía, el cachito de cielo que hay entre Madrid y Baeza siempre ha estado repleto de estrellas, y siempre estaba esperándome para dejarse ver cuando lo necesitaba...-adoro el cachito de cielo que hay entre Madrid y Baeza-. La radio estaba de fondo, y posiblemente mi oido hace seleciones de lo que quiere escuchar, en el momento no me interesaba de que hablaban, igual ahora sí, pero entonces tenía la cabeza llena de pensamientos apilados sin forma alguna en mi cabeza, y entre unos y otros escuché estaban en el momento equivocado, quizás fueron héroes.

lunes, 15 de diciembre de 2008

En silencio...

Despacio,
en silencio,
con rallitos de sol en la cara
que acarician los ojos,
con calma,
espirales en el ombligo,
el dedo índice inventa recorridos,
y escribe un cuento en mi espalda,
llegando al horizonte,
sentir con tranquilidad,
saber que respiro,
con calma,
me escondo entre lunares
que voy descubriendo,
y duermo acurrucada entre ellos.

lunes, 8 de diciembre de 2008

viernes, 5 de diciembre de 2008

entre tintas y barnices

Y podría pensar en cómo quedaría mi cuerpo salpicado de tinta negra, de barniz o de olor a disolvente, disolvente italiano que elimina los restos de grasa que intentan esconderse hasta en el más inapreciable poro de la piel. Poros que lloriquean al verse sumidos en la insignificancia, y que necesitan una inyección para calmar el dolor que les oprime cuando inevitablemente se dilatan, buscando consuelo en aquellas pequeñas dosis de droga que conseguían de contrabando. Pero no lo voy a pensar.

Ahora no, no puedo decir como me siento, no puedo más que pensar en el dolor que producen mis poros, cuando llego a la cama y se rozan con un tejido inerte.

Poros ansiosos por sentirse húmedos

y cálidos

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Dormiré durante varios días, y la gente que pasea por la calle, con sus altos y rectos cuellos, asomando la cabeza por el balcón mirarán deseosos, intrigados, hablando entre ellos ¿pasará frío mientras duerme? No me importa que miren, les basta con murmurar desde fuera, aferrándose a lo creer conocer. Empieza a llover, y ellos siguen esperando algún movimiento, impasibles. Ven como guardo algo en un cajón, cerrado con llave, posiblemente lleno de moscas, y vuelvo a darme la vuelta con la llave atada al cuello. Hablan entre ellos. Siguen esperando. Sus altos y rectos cuellos empiezan a helarse, inmóviles. Me quedo en un rincón de la cama, pero no tengo frío entre mis sábanas de franela. Creo que mi cama no se llega a ser de noventa, demasiado grande.

martes, 2 de diciembre de 2008

Yo no lo llamaría contradicción, no es esa la palabra, creo que simplemente es falta de coordinación, empiezo a necesitar que mis pensamientos y el latido de mi corazón adquieran un mismo ritmo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

coincidencias

De pequeña sabía, debido a las continuas repeticiones de mi padre, que no podía andar con los cordones desatados, ni pisar los charcos, y mucho menos saltar en ellos. Ni cruzar la calle corriendo con el semáforo en rojo, ni meterme las mandarinas enteras en la boca. En mi cara se formaba una pequeña mueca apretando los labios, con los ojos muy abiertos llenos de curiosidad.

Esto lo escribí anoche… porque me apetecía indagar en esos recuerdos sin saber muy bien por qué. De repente hoy me he visto con un bombón entero en la boca, y con pequeñas gotas de agua en los zapatos que me salpicaban de un charco. Y pensaba ¿llegué a publicar esta entrada? Al llegar a casa he visto que no.

Quizás me veo más tarde cruzando corriendo un semáforo en rojo.

Pero en Perugia no hay semáforos, ni luces rojas. Y en mi cara se forma una pequeña mueca apretando los labios, con los ojos muy abiertos llenos de curiosidad.