jueves, 15 de enero de 2009

Escribo la entrada número sesenta y ocho, y sólo en una de ellas la he nombrado, ajena a mí, y no puedo hacer nada, nadie, porque ya nadie la pronuncia, perdió el rojo que la caracterizaba, se olvidó la fragilidad de las frases y la derrota de su silencio. Sólo nos quedamos con el temblor al escribirla, y de vez en cuando, alguien llora con la voz entrecortada al pronunciarla, pero ya no se escapa de la boca de nadie, ni se resbala entre saliba, ni recorre cuerpos desnudos. Sólo a veces se puede encontrar entre las páginas de aquellos libros de pasta envejecida y de hojas finas, que nos dan las buenas noches, amarilleándola.

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